domingo, 26 de abril de 2009

Paula Blues



Supe que Paula me pertenecía, desde el instante en que la descubrí en el Bar de las Brujas donde yo tocaba. Su dueño, el Polaco, me pagaba cien por noche y la noche terminaba de mañana; con o sin gente yo tenía que seguir tocando. Siempre hay trasnochadores que al escuchar la música pueden entrar por una copa más. Decía el Polaco.
Aquella noche mis manos y mi voz interpretaban blues para nadie. Los últimos y pocos clientes ya se habían ido, cuando de pronto el brillo insólito de Paula y ése perfume a sexo feroz, tiraron a la mierda mi desidia, y el blues mecánico que hasta ese momento interpretaba se lanzó por diapasón y cuerdas como una euforia musical. Ahora cómplice de mis manos, dejé que me arrastrara por las delirantes cadencias.
Súbitamente los trasnochadores fueron llegando hasta llenar el bar. El Polaco, aprovechando el desenlace, se encargó de servir el peor de sus whiskys al precio del mejor de los importados.
Después de varias horas de tocar sin pausa, mis manos se acalambraron y mi voz se esfumó. Enfundé la guitarra y salí de ahí arrastrando a Paula conmigo.
Desbordado de pasión la llevé hasta mi guarida sin su consentimiento. Una vez dentro la até a una silla y la amordacé; trabé puertas y ventanas cubriéndolas con frazadas para aplacar el sonido.
No quería lastimarla, era lo mejor que me había pasado desde mi letargo creativo, cuando comencé a deambular por todos los bares y buracos mugrientos de la ciudad hasta caer en el Bar de las Brujas.
Pero ahora la tenía a Paula, que era linda así porque sí. Mi hada y mi oda. En aquel momento decidí que no abriría la puerta hasta que estuviera seguro de que se quedaría conmigo para siempre.
Los días pasaron, y de tanto componerla y descomponerla agoté todas las partituras que tenía; pasé a escribir nuestra música en las paredes y en el piso.
El día en que comencé a sentirme débil, tuve que esforzarme muchísimo para sostener la guitarra, aunque continué acariciando a Paula con la intensidad del primer día.
Creyendo que ella entendía y aceptaba mi ofrenda de amor, que ya estaba decidida a quedarse conmigo, tuve la infeliz idea de desatarla.
Quizá la debilidad me confundió e ignoré que aún no era el momento.
Paula comenzó a correr enloquecida por todo el cuarto. Creo que estaba buscando una salida, por lo que se golpeaba contra cristales y paredes como un bicho hambriento de claridad. Apagué las luces suponiendo que de esa manera se calmaría.
De repente de la guitarra comenzaron a salir sonidos estridentes, eran como resortes enloquecidos que bombardeaban la habitación. Luego hubo una tregua de calma: Contuve mi respiración y agudicé todos mis sentidos. El silencio persistía, y la incertidumbre de ese silencio me aterrorizó.
Al encender la luz la vi estrangulada entre las cuerdas de mi guitarra; inédita y muerta, su mirada espectro fija en mí.
Estaba apasionado por Paula Blues; aunque inconclusa, fue mi mejor y mi última composición. Murió sin que pudiera interpretarla.


Isabel Estercita Lew

domingo, 19 de abril de 2009

LLUVIA DE PAJAROS




"La famosa cantante de óperas Susana Marchi incendia su casa. Su amante Jack Cartola, muere en la tragedia".

Se conocieron en el Teatro Colón el día de "La lluvia de alas"; día totalmente extraño, al que ni científicos, ni curanderos le encontraron explicación.
La lluvia de alas, fue una tormenta de pájaros que sacudió a Buenos Aires durante un día. Millares de pájaros invadieron la ciudad enloquecidos. Se estrellaban contra cristales, paredes y puertas, desvalidos del don del poso. Las personas se protegían con todo lo que tuviesen a mano, o con las propias manos. Al estrellarse los cuerpos de las aves caían, aunque las alas continuaban volando.
El atardecer sorprendió a la ciudad con un cielo alado, de colores tan variado como lo era el plumaje de todas las aves del mundo.
Los pájaros atravesaron los vidrios del Teatro Colón y uno de ellos entró en la boca de Susana Marchi, una mujer obesa y aprisionada en su propio cuerpo que ahora estático no reaccionaba. Impedida de expulsar al pájaro, se asfixiaba.
Jack la vio, corrió hacia ella y practicando una maniobra tenaz y certera, extrajo el pájaro de su boca, devolviéndole el aliento. Jack acabada de realizar el primer acto heroico de su vida, aunque irónicamente había salvado a su verdugo.
Se enlazaron en un vértigo inusitado, como si sus almas hubieran vagado por los mundos desde tiempos primitivos a la espera de este encuentro.

Pese a sus treinta años, Susana Marchi descubría por primera vez el placer del amor. Había vivido empacada en un baúl de emociones contenidas, y ahora, entre plumas y alas, su cuerpo flotaba junto al de él.

El bohemio Jack era un personaje promiscuo de La Belle Époque. Jugaba, bebía y fumaba demasiado. Había participado de las orgías más excéntricas, con todo, en sus cincuenta años de excesos, jamás conoció el amor.
Bañados de plumas, corrieron de alas dadas hasta la casa de Jack; allí permanecieron durante cinco días y cinco noches, alimentándose de ellos.
Cuando la cantante retornó al teatro, deslumbró a los integrantes de la orquesta con la rara belleza que la envolvía. Frente a millares de espectadores ansiosos, la figura solemne de Susana Marchi se dirigió hacia el centro del palco. Los violines y violonchelos tocaron la armoniosa introducción. Su diafragma se abrió transportando el aire hacia sus cuerdas insuperables, su boca dibujando una “O” pronunciada, se dispuso a emitir la nota aguda de Signor ascolta.
Un silencio pavoroso invadió el espacio, su boca se movía callada, sin canto. Susana Marchi había perdido la voz.

En el desorden de la cama ella lo devoraba. Aquella noche supo que debía pagarle a los dioses el precio de su pasión, y si de eso se trataba, lo aprovecharía hasta el desmayo.
La intensidad amaneció sin vida, las plumas se fueron quemando junto con su amor.
Susana Marchi recuperó su voz, pero nunca más se atrevió a volar.


Isabel Estercita Lew

domingo, 12 de abril de 2009

El Plagiador Profesional de Lunas


Ella había olvidado inscribir en el Registrado de Momentos Sublimes a su luna llena auspiciosa de agosto que le brillaba el rostro, las extremidades y todos sus órganos durante toda una noche y un día.
Pronto se enteró que un plagiador profesional de lunas y otros astros necesarios se la había quitado y la había registrado a su nombre. Hizo la denuncia ante el primer juzgado de lunas llenas que encontró, le pidieron que llenara varios formularios y que trajera dos testigos lunáticos y que aguardara hasta ser llamada.
Pasaron varios cielos y ninguna luna hasta que se cansó de esperar, entonces decidió ir atrás del plagiador y obligarlo de algún modo a que le devolviera su luna llena de agosto.
En el mercado negro de astros, interrogó sutilmente a algunos vendedores, astrónomos y mistagogos sin éxito. Después de varios días, a su desaforada esperanza de encontrarlo le siguió, como era de esperarse, una depresión excesiva, hasta llegó a creer que la luna llena de agosto había sido una invención de la astronomía que por no descubrir nada nuevo bajo el cielo se habían inventado aquella hermosa luna llena de agosto.
A punto de desistir y como ocurre en las historias más gratificantes, golpeó su puerta un exótico vendedor del mercado negro de astros con cara de meteorito. Este le informó donde encontrar al plagiador de lunas y otros astros necesarios. Agradeciendo la información, ella le entregó un par de estrellas fugaces que se habían fugada en ella.
Cuando estaba lista para enfrentarlo, otro agosto de luna llena le brilló tanto el rostro, las extremidades y todos sus órganos durante toda una noche y un día, que se olvidó por completo del plagiador.

El plagiador profesional de lunas y otros astros necesarios desapareció un día de la faz de la tierra y de la faz de la luna. Dicen que había cambiado de ramo, que había entrado en el negocio de los eclipses, perlas de Baily y otros fenómenos, dicen que lo vieron por última vez discutiendo con un vendedor del mercado negro de astros que dispara estrellas fugaces por sus ojos. Otros cuentan que lo vieron ebrio tirado en un callejón maldiciendo a la luna. También dicen que fue atacado mortalmente por la Osa Mayor, o que se congeló en el círculo polar cuando intentaba registrar sol de la medianoche.

Isabel Estercita Lew

viernes, 10 de abril de 2009

Ganas


Soy los sacudones
las tiendas vacías
un alma poeta sin poesía
soy esas trizas de mí y de veras
sedienta de rasguñar emblemas
de dar vuelta este mundo
de confrontar la desesperanza
Soy estas ganas de mí
que transgrede las tradiciones
que se caga en opiniones.
frecuentemente poeta
frecuentemente erizada
soy estas ganas de dar vuelta la vida.
Soy sin miedo de ser feliz
adicta a contravenciones
sometida a las emociones
Soy todopoderosa, insegura.
víctima y victimario,
onanista, déspota, despojada
bien cogida o mal amada
acepto mis contradicciones
mis adicciones,
mi lucha de luchas
mis ganas de mí.


Isabel Estercita Lew

lunes, 6 de abril de 2009

Subte B - Ficciones Reales


Subte B, 12h30min. Estación Medrano. Asiento chino color bordó.
Mis rodillas se aflojan y dejan caer estampitas, lapiceras, guías, figuritas.
La música es de Fito, lo escucho, lo miro, lo miro y él mira mi vestido estúpidamente floreado y yo miro sus ojos amor almendrados y su cabello desteñido, lago y rizado, tal cual mamá detesta, tal cual me fascina.
Descubrió que lo miraba y comenzó a mirarme.
Saco el libro de mi cartera. Leo sin anteojos, el libro está al revés. Casi llegando a Callao, el vagón da un galope en falso, el Sol salta de su guitarra.
Perdí la estación...... Él sigue cantando o no, ya no lo escucho, estamos volviendo, ya no sé dónde tenía que bajar.
Abro doscientas veces mi libro al revés, ahora no hay más fuga. Es la terminal Chacarita. No tengo idea de lo que hago aquí.
Él ya no canta, se le rompió el Sol y a mí se me rompieron las certezas. Un amigo me había recomendado visitar la tumba de Carlitos.
Una de la tarde, guitarra de cinco cuerdas, yo, él y la desesperación de quien sabe...
Se llama Fernando, acabó de decírmelo. No creo en sacrilegios. Hay muchos adornos y también adornos espejos, corazones de colectiveros con frases hechas... El reflejo de mi rostro está extraño, también el suyo... más que junto, sobre el mío.
Besos desesperados sobre la tumba de Carlitos. Y él que de tangos no sabía nada...
Y de besos? Lo estoy besando. Y de toques? Lo estoy tocando.
Los cementerios tienen espacios vacíos muy vacíos, llenos de nombres y sin gente viva.
Hacer el amor en un cementerio no es sacrilegio diría una amiga, pero queda mal. A mí me da lo mismo, o no me da nada. Estoy haciendo el amor con Fernando y se le cae una mecha enrulada sobre mi cara y su guitarra en el piso hecha mierda y yo estoy viva, no lo soporto, lo vivo... Entrando y saliendo. Entando y no saliendo. Ya no hay nada que me ayude a vivir, ni los libros, nada me ayuda... Él entra y sale, yo lo aspiro y lo expulso, yo siento y siento. Nada me ayuda a vivir porque simplemente me siento viva.

Isabel Estercita Lew

miércoles, 1 de abril de 2009

Decime


No te ahogues en un vaso de agua, ahogate en vodka, en cachaça, pero ahogate de una vez, ahogate de verdad, no me vengas con el cuento, no le cantes a Gardel que ya está muerto, no me vengas con el loco berretín, que yo ya volé y no vine, que estoy hasta el cuello y hasta la vida por vos y con vos y sin voz por maldecirte!
Cantame una novedad, decime que no es verdad que bailar conmigo es más que el cielo, porque yo de tanto amor me estoy muriendo y por ver tus ojos muero, que más da. Decime que es verdad, que me mordiste el cuore, que sos un fanfarrón bailándome este tango como un dios, decime que me querés, que sin mí ya no podés bailar un tango sin que te ahogues.


Isabel Estercita Lew