Corría el 2002, Buenos Aires y toda la república estaban descontrolados. Para los míticos revolucionarios se trataba del mayor levantamiento popular que podían recordar, para los incrédulos ex revolucionarios, una tocada de culo o de bolsillo en la clase media.
De todas formas el orden normal de las cosas y de la ciudad se había transformado y parecía crecer un deseo unánime de cambio radical. Por primera ves se juntaban en un solo grito afortunados y desafortunados, saciados y muertos de hambre, luchadores y no tanto, Adidas y alpargatas, cabecitas de mierda y blancos reaccionarios entre otras subjetividades.
Desde los primeros cacerolazos en mi barrio me había hecho muy amiga y compañera de Gonzalo Ibáñez. Íbamos juntos a todas las marchas, me pasaba a buscar para ir a las reuniones, hacíamos panfletos y carteles juntos, nos pasábamos horas en la desaparecida pizzería Imperio discutiendo y maquinando las acciones que debíamos llevar adelante.
No estoy borracho me dijo Gonzalo una noche en Imperio, apenas desahuciado y repentinamente me encajó un asfixiante beso en la boca. Tardé en reaccionar y lo hice torpemente preguntándole que carajo le pasaba, que éramos amigos, compañeros, etc. y tal. No me respondió, me miró a los ojos y luego me dijo vamos. Me dejó en la puerta de casa sin pronunciar palabra.
No, no pude dormir, ese beso robado me quedó latiendo en los labios. Rebobiné todo lo vivido desde el día que nos conocimos. Nunca había pensado en Gonzalo como algo más que un amigo y compañero de lucha en la que creímos nos llevaría a una nueva construcción. Me gustaba estar con él como habíamos estado hasta aquel beso, deseaba que todo siguiera igual, pero eso era imposible. Todo cambia, para bien de unos, para mal de otros, todo cambia, de eso se trataba lo que estábamos viviendo por aquellos días. De eso se trata la vida.
Mientras el sol comenzaba a filtrarse por la ventana de mi cuarto iba prevaleciendo un sentimiento de no querer dejar de estar al lado de Gonzalo, y otro, muy breve aunque vital al que no le di la importancia suficiente.
Eran las 2 de la tarde, Gonzalo aún no me había llamado, podía hacerlo yo, pero que le diría? No podía pensar en nada que no fuera Gonzalo Ibáñez, y eso no estaba bien, el bien social debe prevalecer sobre los intereses personales, me decía. De pronto los sentimientos más perjudiciales a la salud de cualquier ser humano y especialmente de aquel que pretende cambiar esta sociedad de mierda se me hicieron presentes, la culpa y el miedo, el miedo y la culpa, la dupla nefasta que rige cada movimientos de una sociedad que eyacula muerte.
Sentía miedo de perderlo, culpa de responder a sus deseos.
Finalmente lo llamé, nos encontramos, Gonzalo me dijo todo lo que sentía, yo no le dije nada, simplemente le encajé un beso, nos emborrachamos y le dí más besos, nos emborrachamos e hicimos el amor, él con mucha culpa, sabía que yo no lo amaba, yo con mucho miedo, no quería perderlo.
En una de las marchas que iniciamos en puente Pueyrredón, tras los asesinatos de Kostequi y Santillán, sentí que todo era una mierda, que los milicos hijos de puta, que éramos unos pendejos ideológicos, que todo estaba mal, que hacían con nosotros lo que se les antojaba y que yo ya debería saberlo, no era mi primera batalla. Aquel día mi bronca superaba todo, aquel día mientras yo lloraba de dolor, rabia e impotencia por esos asesinatos y todos los que recordaba, le dí una soberana patada en el culo a la culpa y al miedo, grité Maxi y Darío nunca más, nunca más, presentes...
Gonzalo me abrazó tiernamente y cuando me estaba por besar le dije, no, no te quiero, dejame en paz.
Mi historia con Gonzalo se acabó en ese momento, la otra sigue, hoy con bajo perfil, los blancos progre o reaccionarios en su lugar, los cabecitas negras en el suyo. Se acabó el delirio a corto plazo.
Mi lucha contra el miedo y la culpa también continúan, espero que no me fallen los ovarios, o por lo menos que mis colchones y sábanas no se manchen nunca más de espermas de culpas y miedos.
Isabel Estercita Lew
De todas formas el orden normal de las cosas y de la ciudad se había transformado y parecía crecer un deseo unánime de cambio radical. Por primera ves se juntaban en un solo grito afortunados y desafortunados, saciados y muertos de hambre, luchadores y no tanto, Adidas y alpargatas, cabecitas de mierda y blancos reaccionarios entre otras subjetividades.
Desde los primeros cacerolazos en mi barrio me había hecho muy amiga y compañera de Gonzalo Ibáñez. Íbamos juntos a todas las marchas, me pasaba a buscar para ir a las reuniones, hacíamos panfletos y carteles juntos, nos pasábamos horas en la desaparecida pizzería Imperio discutiendo y maquinando las acciones que debíamos llevar adelante.
No estoy borracho me dijo Gonzalo una noche en Imperio, apenas desahuciado y repentinamente me encajó un asfixiante beso en la boca. Tardé en reaccionar y lo hice torpemente preguntándole que carajo le pasaba, que éramos amigos, compañeros, etc. y tal. No me respondió, me miró a los ojos y luego me dijo vamos. Me dejó en la puerta de casa sin pronunciar palabra.
No, no pude dormir, ese beso robado me quedó latiendo en los labios. Rebobiné todo lo vivido desde el día que nos conocimos. Nunca había pensado en Gonzalo como algo más que un amigo y compañero de lucha en la que creímos nos llevaría a una nueva construcción. Me gustaba estar con él como habíamos estado hasta aquel beso, deseaba que todo siguiera igual, pero eso era imposible. Todo cambia, para bien de unos, para mal de otros, todo cambia, de eso se trataba lo que estábamos viviendo por aquellos días. De eso se trata la vida.
Mientras el sol comenzaba a filtrarse por la ventana de mi cuarto iba prevaleciendo un sentimiento de no querer dejar de estar al lado de Gonzalo, y otro, muy breve aunque vital al que no le di la importancia suficiente.
Eran las 2 de la tarde, Gonzalo aún no me había llamado, podía hacerlo yo, pero que le diría? No podía pensar en nada que no fuera Gonzalo Ibáñez, y eso no estaba bien, el bien social debe prevalecer sobre los intereses personales, me decía. De pronto los sentimientos más perjudiciales a la salud de cualquier ser humano y especialmente de aquel que pretende cambiar esta sociedad de mierda se me hicieron presentes, la culpa y el miedo, el miedo y la culpa, la dupla nefasta que rige cada movimientos de una sociedad que eyacula muerte.
Sentía miedo de perderlo, culpa de responder a sus deseos.
Finalmente lo llamé, nos encontramos, Gonzalo me dijo todo lo que sentía, yo no le dije nada, simplemente le encajé un beso, nos emborrachamos y le dí más besos, nos emborrachamos e hicimos el amor, él con mucha culpa, sabía que yo no lo amaba, yo con mucho miedo, no quería perderlo.
En una de las marchas que iniciamos en puente Pueyrredón, tras los asesinatos de Kostequi y Santillán, sentí que todo era una mierda, que los milicos hijos de puta, que éramos unos pendejos ideológicos, que todo estaba mal, que hacían con nosotros lo que se les antojaba y que yo ya debería saberlo, no era mi primera batalla. Aquel día mi bronca superaba todo, aquel día mientras yo lloraba de dolor, rabia e impotencia por esos asesinatos y todos los que recordaba, le dí una soberana patada en el culo a la culpa y al miedo, grité Maxi y Darío nunca más, nunca más, presentes...
Gonzalo me abrazó tiernamente y cuando me estaba por besar le dije, no, no te quiero, dejame en paz.
Mi historia con Gonzalo se acabó en ese momento, la otra sigue, hoy con bajo perfil, los blancos progre o reaccionarios en su lugar, los cabecitas negras en el suyo. Se acabó el delirio a corto plazo.
Mi lucha contra el miedo y la culpa también continúan, espero que no me fallen los ovarios, o por lo menos que mis colchones y sábanas no se manchen nunca más de espermas de culpas y miedos.
Isabel Estercita Lew
4 comentarios:
Mi historia
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A vida a existência, é uma história.
Qualquer vida tem a sua história.
Fica bem.
E a felicidade por aí.
Manuel
Estercita:
Leí la historia en la historia
Creo que ha pasado y pasado y la
vida te lleva a la
(perversión, de las mazas) que escribía Freud.Difícil de definir para mi porque el mismo Tagore decía.."Llevo en mi mundo otros mundos que han fenecido"
Pasá por mi blog que te dejo una
invitación.
El que te besa es Saúl.-
Todavía tengo gravado en mis retinas ese fatidico dia, del puente Pueyrredon y la maldita estación.
Y todo lo que ocurria a su alrrededor.
Besos.
Estoy en la misma posición que Cecy, imposible de olvidar ese día, saber que dos jóvenes luchadores murieron y lo peor es que cada vez que paso por la estación de Avellaneda, a la cual le borraron el nombre y le pusieron "Darío y Maxi", siempre sobra un desubicado que dice: "mirá que negrada", pensando así nunca vamos a salir, somos nuestro peor enemigo.
Un abrazo
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