martes, 13 de mayo de 2008

Ellos de uno


Él, que era un él, una ella, un ambos
de ningún modo una múltiple personalidad,
deseaba más que nada hacer tanteos de aproximaciones
que podían ser amores,
eso, más que todo.
Y en los arrabales dónde todo es inmenso,
denso, suspenso, intenso
se sumergió como el iris en la mirada.
Paseó por la morfología de la noche
aclarando la oscuridad de sus pálpitos, palpitaciones.
En una de aquellas habitaciones,
se encontró jadeando, moliendo colchones,
rompiendo eslabones, triturando doctrinas.
El pecho de una vecina se le ofreció abierto
inmenso, denso y deshecho,
mamó cuanto podía fecundó cuanto tenía.
El alma de una pena lo llamaba a la indisciplina,
sacudieron polvos
bebieron morfinas
cuando en el arrabal amanecía
la calle de los despojos despojaba a sus víctimas.
Él, ella, ellos, guardaron sus carnavales
y como solitarias y heladas vitrinas
donde se espeja el gélido vacío
alzaron las miradas
y retornaron a sus nadas.

Isabel Estercita Lew

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