
La niña que quería aprender a besar aprendió a fuerza de labios y de latidos, tuvo una perra, un tío violador al que expuso a la intemperie y al que le amputaron el órgano gracias a una maldición. También tuvo muñecos de maderas que se construían mientras soñaba y que le llenaban de besos sus pesadillas en las noches malas.
Hubo una vez una niña que aprendió a crecer sin perder la ternura, no lo conocía al Che pero en aquella época la ternura era el plato principal, después sui generis, el Nano y adiós con dios o sin dios.
La maldad no existe, gritaba la niña y si lo gritaba es porque ya la conocía, era un jarabe raro que debía beber aunque no quería.
Hubo una vez una niña que se rebeló, el jarabe no tomó y se fue por las ramas, le dolió el dolor, el rancho pobre, la vacuna no dada, la explotación, la raza primera muerta en manos de cerdos invasores, le dolió el dolor en la basura y el niño en la basura y el pizarrón solito, y el gordo regordito y el flaco enflaqueciendo y de la tierra el angurriento, y los curas como el tío enguascando pendejos y los rabinos como ese tío degenerados, cerdos y viejos.
Dicen que dicen los que se dicen buenos, que por eso esa niña se volvió mala, y que algo habrá hecho, y que el falcon verde un día le fue a calmar el deseo loco de besar la vida… llegaron tarde, pues, la niña ya estaba besando la vida en otra parte.
Isabel Estercita Lew
Hubo una vez una niña que aprendió a crecer sin perder la ternura, no lo conocía al Che pero en aquella época la ternura era el plato principal, después sui generis, el Nano y adiós con dios o sin dios.
La maldad no existe, gritaba la niña y si lo gritaba es porque ya la conocía, era un jarabe raro que debía beber aunque no quería.
Hubo una vez una niña que se rebeló, el jarabe no tomó y se fue por las ramas, le dolió el dolor, el rancho pobre, la vacuna no dada, la explotación, la raza primera muerta en manos de cerdos invasores, le dolió el dolor en la basura y el niño en la basura y el pizarrón solito, y el gordo regordito y el flaco enflaqueciendo y de la tierra el angurriento, y los curas como el tío enguascando pendejos y los rabinos como ese tío degenerados, cerdos y viejos.
Dicen que dicen los que se dicen buenos, que por eso esa niña se volvió mala, y que algo habrá hecho, y que el falcon verde un día le fue a calmar el deseo loco de besar la vida… llegaron tarde, pues, la niña ya estaba besando la vida en otra parte.
Isabel Estercita Lew