domingo, 19 de octubre de 2008

Historias e Histerias de Mauá


El cuento eróticos, Historias e Histerias de Mauá, lo escribí hace bastante tiempo, luego escribí una novela del mismo género que fue finalista de La sonrisa Vertical y que voy a publicar en un nuevo blog. Si me animo.


I

Teníamos que caminar media hora desde la ruta hasta casa.
Después de un año de deseos, planes y rezos y con el sacrificio de papá y el tío de María, ya era nuestra la casa de Mauá (Vizconde de Mauá, Belo Horizonte, Brasil.)
Las paredes exteriores eran casi blancas, porque las enredaderas se habían encargado de pintar buena parte de ellas de verde.
Yo instalé mi escritorio y María su atelier junto al ventanal que ocupaba todo el frente de la casa. Desde allí un cerrado monte de pinos descendía barranca abajo hasta la ruta. Este monte era impenetrable, lo cual dejaba a papá y sobre todo al tío de María tranquilos, en lo que se refería a la seguridad de una parte de la casa.
Cuando llegamos, la casa olía a eucaliptus y leña, en poco tiempo los óleos de mi amiga y el arroz integral se integraron, creando nuestro propio olor.
La cocina y el bar, eran un mostrador en forma de L, con pileta, heladera y armarios incorporados. Nuestro dormitorio era en el entrepiso. Junto a mi cama, instalé mi baúl de pirata, donde guardaba la ropa y mis libros preferidos. María tenía junto a la suya, un pequeño armario blanco niñez.
Bajo el alero en la galería, Tonto, nuestro perro, marcó territo­rio. Fue tambien el sitio favorito para el mate y para perder la mirada.
El único lugar privado de la casa era el baño. Para nosotras eso no importaba, teníamos nuestro código de miradas, mucho más eficaz que las palabras.

- ¿Caty, sabés una cosa? Nos olvidamos de comprar algo para comer sin cocinar.
- ¡Qué cagada! No tenemos gas. Hasta el pueblo yo no voy, pero si te animás a prender unas leñas, termino de sacar lo de esta caja, voy hasta la granja de Tomás, compro un pollo y algo para ensala­da.
- Está bien, no hay otra. Ojo con el viejo Tomás, tiene una cara de degenerarado...
Esa noche, de tan cansadas, acabamos dormidas sobre almohadones. Tonto nos despertó ladrando como el propio perro que era. María se levantó, le pegó unos gritos y sin la mínima curiosidad de enterarse del por qué de sus ladridos, cerró la puerta que habíamos olvidado abierta.
Por la mañana llegó su tío Al y nos llevó hasta la granja. María con su discreta postura seductora, se burló del viejo Tomás. Después fuimos al pueblo, compramos gas y víveres como para un mes.
Me parecía increíble que todos supieran que éramos las nuevas dueñas de "La casa del Tano". La gente nos examinaba de forma grosera, nosotras jugábamos para tornar menos pesada, la pesada situación.
Una pareja de artesanos que vivían cerca nuestro, nos había caído bien. Tuvimos con ellos un corto diálogo con probabilidades de futuro.
Tío Al ya había analizado todas las situaciones peligrosas a las que nos exponíamos viviendo solas en ese lugar: Nos podían atacar para robarnos, para violarnos o para molestarnos, porque a esa gente no les gustaban los de la ciudad, mucho menos dos muchachas solas.
María lo apuró despidiéndolo con muchos besos y asegurándole que nos íbamos a encerrar con candados.
- De haber sabido que tu tío iba a romper tanto me compraba la casa sola.
- No le des bola, yo no le doy, le digo que sí a todo, y ya está.
- Vos no te calentás por nada, María.
- Cortala, no tengo ganas de discutir, está todo muy bien.
- Bien para vos.
- ¿Con qué guita te la hubieses comprado sola Caty? ¿Con la miseria que te paga el imbecil de Pérez?
- Con lo que sea, pero sin tío Al.
- ¡Que te diviertas Caty! Me gritó María y se fue dándole una patada a Tonto que estaba en su camino.
Ya me había arrepentido de lo dicho, tuve la sensación de haber comido un montón de comida con carbohidratos y grasas, justo el día que me había propuesto comenzar la dieta, y que deseaba vomitarla y no conseguía. Tenía la maldita manía de seguir discutiendo a pesar de saber que no debía.
Tío Al no era apenas su único pariente, la había criado desde pequeña, cuando sus padres desaparecieron.
Habían pasado algunas horas, era de madrugada y mi amiga no volvía. Estaba preocupada y no me podía concentrar en mi trabajo. Tenía apenas dos días para entregarle el guión "al imbécil de Pérez", y no me salía nada.
- “Che Caty, mirá que tengo una fila de mil queriendo trabajar para mí. Total para escribir estas porno-chanchadas, no hay que ser ningún genio universitario. ( Me retó Pérez)
- Te prometo que hasta el viernes te lo entrego. En Mauá me inspi­ro enseguida, el lugar es...
- Que inspirar, ni inspirar, aquí el negocio es producir y mucho, que es igual a guita. ¿Me explico? Para los pajeros no hay recesión, ellos me pagan muy bien, y a vos te dan de morfar. - Mirá nena, si hasta el viernes no me entregás el guión, buscate otro laburo.
- ¡Cerdo! (le dije bajito)
- ¿Qué te pasa a vos?
- Nada Pérez, estaba cantando.

María llegó como a las cinco, con la ropa rota y sucia de barro, pero su rostro estaba plácido, entonces me quedé tranquila.
- Al principio fue horrible (Comenzó a contarme excitada) El viejo Tomás me agarró cuando estaba yendo para la cascada; la gente de aquí nos huele. Como te decía, estaba borracho, traté de zafar pero no pude. Tenía un látigo como el de Indiana Jons, ¿Sabés? Cada vez que me escapaba me atajaba las piernas con él; yo caía. Ya me estaba cansando, iba a darme por vencida, pero él me ató antes y empezó a romperme la ropa. Yo le dije: todo bien, pero sin violencia. O no me escuchó, o no me creía, o no quería hacerlo normal.
Por suerte no me lastimó, pero me chuponeó todas las tetas, el cuello y los hombros. Con mi pomadita mágica en una semana no tengo más marcas.
Lo que me asustó al principio fue su pene, nunca había visto de ese tamaño. Con sus rodillas me abrió las piernas, tuvo la delicadeza de escupirse en la mano y frotar la saliva entre los labios y dentro de mi vagina, pero cuando me metió todo eso grité, me dolió, no pude relajarme. Se movía como un loco, estaba muy caliente, me dijo que tenía leche para dejarmela adentro por un mes o más.
Se entretuvo un buen rato, después acabó como un dios y se quedó medio dormido de costado. Yo me fui desatando despacio y corriéndome de su lado.
La luna le daba justo en la cara; me quedé mirándolo un rato. Asi sereno, no me pareció ni tan viejo ni tan feo, era un rostro viril, muy marcado por el sol. Tenía pelos en algunos lugares del rostro, y tambien rasguños, como quien se afeita sin espejo. La camisa a cuadros des­abrochada, mostraba un pecho y una panza peludas, como te gusta a vos. Sus manos eran grandes, ásperas y brutas, como me gusta a mí. Muy interesante; hasta me dieron ganas de pintarlo algun día.
Se despertó de golpe; asustado. Me paré frente a su cuerpo, que echado junto al arbol, en ese instante parecía la continuidad del mismo. Lo miré con firmeza, hablándole como si el poder no fuera más de él.
- Tranquilo; levantate y seguime, le dije.
Caminé hasta la cascada, sintiendo sus pasos dudosos detrás de mí. A los pocos metros, llegando a las piedras, me quité la ropa, pieza por pieza, de forma extravagante, sin llegar al grotesco. Caminé desnuda unas pocas piedras hasta meterme bajo el agua. Estaba helada pero hermosa, mis pezones estaban parados del frío y me corrí del agua para que me viera. Le ordené que se quitara la ropa y que se acercase a mí. Me obedeció, entonces me quedó claro que quien lideraba en ese momento era yo, aunque cuando lo vi venir hacia mí, con su pene adquiriendo cada vez mas volumen, dudé.
No podía quitar mis ojos de aquel miembro, te juro que nunca vi nada igual. Peludo ¿Sabés? Una línea sensual entre el pecho, la panza y el pubis.
Preocupada con el SIDA, le pregunté si lo hacía con muchas muje­res, me respondió que con la suya, cada muerte de obispo. Le di un beso para que se callara y nos seguimos besando bajo la casca­da.
Se sentó sobre una roca, me atrajo hacia él y como si nunca hubiese visto un par de tetas, inspeccionó con sus manos torpes mis pezones, luego me las masajeó enteras. Después bajó con sus manos hacia mi trasero. Me perdí en sensaciones por todo mi cuerpo; aunque antes de perderme totalmente, quise tocar su pene. Era suave, muy grande, parecía querer explotar en mis manos.
Abrí las piernas y me senté sobre él, despacio, tratando de no perder ninguna sensación. Entró entero dentro de mí y esta vez no me dolió. Acabé al instante por primera vez, luego muchas más.
Miré la luna espiando nuestra escena. Era mi luna obscena. Acaba­mos juntos aullando hacia ella.
Pensé en vos, en que estarías preocupada. Lo creí derrotado y le dije que me iba. Me ordenó sin mucha convicción, a que me pusiera de cuatro. Su voz estaba agotada; yo no había perdido el mando. Le dije que otro día. Le di un beso y me vine.

- ¡Gracias María, gracias! (Le dije a mi amiga, que me estaba obsequiando el guión.)
- ¿Qué te pasa Caty, te volviste loca? No lo puedo creer, ¿vas a usarme a mí, tu mejor amiga?
- Pero sin nombres de lugar, ni de personas. Te lo juro María. Con esta lo cago al imbécil de Pérez.

II

El viernes fui a la ciudad para entregarle el guión. Pérez lo leyó y no dijo nada, lo que significaba que le había gustado.
Esperé un rato largo en la oficina para que me pagaran, no se me había ocurrido que David podría aparecer por ahí. Cuando lo vi, tuve el impulso idiota de esconderme en el baño. Leí todas las consignas de las puertas haciendo tiempo para que se fuera. No había nada nuevo ni original: "Pérez es trolo" "Mario te requiero" " El pueblo unido... " El pedo es un..." Punkis al poder, dejen de joder"...
Mi relación con David fue nefasta, pero aprendí lo más trivial y lo más difícil: "Mejor sola que jodidamente acompañada".
Yo tenía una beca en la escuela de arte. Él estaba esnobando en la escuela de arte.
Mi profesor de armonía era muy armónico y hacía sorteos para determinar los grupos de trabajo. Nos tocó a él y a mí. Juntos.
David me recitó un verso y yo, estaba muerta de sed de poemas. Las únicas referencias de amor y de cariño que tenía, eran papá, Miguel y Diego, el resto fue sexo y vídeo clips, sin drogas.
Hicimos el amor por primera vez andando a caballo. Las víctimas fueron el caballo; inverosímil, y mi pobre brazo que terminó enyesado.
David era bonito, aunque sus labios eran finos, y una bruja amiga decía que había que desconfiar de los hombres de labios finos.
Después del incidente del caballo, pasamos juntos dos semanas hermosas; las únicas de nuestra relación.
Me mudé por algunos días a su casa, debía cuidar mi brazo. Él me ayudaba con las tareas y nos sobraba tiempo para jugar y amarnos.
David vivía en una casa lujosa y grande, con su padre y su tío; lamentablemente conocí a todos muy de cerca, además de un clan muy original de sujetos, que eran sus amigos.
Mi autoestima se esfumó repentinamente en un ascensor del edificio del correo, cuando en una de sus demandas de: "sinohacesloque­quieromevoyparasiempre", lo chupé temblando de miedo y de vergüenza a que la puerta se abriese en ese instante, y me encon­traran con la boca en la masa.
Esta escena y la de abrir los ojos después de mis gritos eufóricos tras un orgasmo, y encontrarme con un público macho de cinco de sus amigos, marcaron el final de nuestro idilio. Nunca me había sentido tan expuesta en mi vida, y me prometí que jamás volvería a hacer eso conmigo.
Cuando salí del baño, David me esperaba. Me preguntó sarcásticamente si le daría mi nueva dirección, o tendría que conseguirla por ahí. Le respondí que la única persona que podría darle mi dirección era yo, y que felizmente hacía algunos meses había recuperado mi dignidad, por lo que no había ninguna intención de dársela.
Su rostro estaba inflamado al punto de estallar. Me preguntó quién mierda me creía que era. Le pedí espacio y aire ya que precisaba respirar, y su aliento hueco y alcohólico me lo impedían.
Me sujetó del brazo fuera de sí, cuando apareció Pérez preguntándole si pensaba comprarle algunas películas. David le respondió gesticulando sin dejar de señalarme, que para qué compraría esa mierda, si tenía el espectáculo a su lado en vivo y en directo.
Ya sin paciencia, Pérez le ordenó que se marchara de su empresa. David no obedeció y comenzó a insultarlo; Pérez hizo una seña, y aparecieron sus tres gorilas; lo arrastraron hacia afuera, y como él no se conformaba, le dieron su merecido.
Iba a agradecerle a Pérez, pero no combinaba con nuestra rela­ción. Él se adelantó diciéndome que no tenía tiempo para perder con pendejos, que teníamos que producir.
Me mostró un proyecto para una nueva productora diciéndome casi eufórico: - Tenés una semana, apenas una, no me enrosques. Traémelo entero y con toques artísticos si querés, es nuestra gran oportunidad.
- ¿Nuestra? Le pregunté. Hizo de cuenta que no me escuchaba y continuó: -Traeme el guión el viernes, me dijiste que Mauá te inspiraba, es el gran momento para demostrarlo. ¡Chau!
- ¿No te estás olvidando de nada Pérez?
- ¿Yo? Ha, sí. ( Metió la mano en el bolsillo con su habitual dificul­tad y me pagó.)

III

Tonto me había olfateada a un kilómetro. Ladrando y haciendo fiestas, fuimos hasta casa; yo ya comenzaba a sentirme feliz. Nunca había extrañado tanto un lugar.
María estaba eufórica y llena de novedades, nos sentamos en la galería con el mate puesto. Comencé yo contándole la parodia de esa tarde con David y el ahora "menos idiota de Pérez". También le comenté que me había encontrado hacía poco con Raúl y Julia, los artesanos, y los había invitado a que vinieran una tarde a tomar mate.
- Ahora te cuento yo. Dijo María. - Voy a empezar por el final para ir dejándote con las ganas. Además quiero aclimatarme porque me da un poco de vergüenza.
Las últimas palabras de María me provocaron un acceso de risa, estaba con la bombilla en la boca y el mate me salió por la nariz. Tras darme unas palmaditas, se concentró en el relato.
- El viejo Tomás estuvo aquí de mañana. Seguramente sabía que te habías ido. Te cuento la despedida.
- Tomás, me gusta hacerlo con vos, pero estoy confundida; tengo pareja y no sé si debo dejarla para que vivamos vos y yo juntos. Se puso rojo como un tomate, y tartamudeando me preguntó como si no creyera lo que había escuchado
- ¿Vi-vi-vir co-co-con-migo?
Me hice la tonta y le pregunté indignada si él no quería vivir conmigo. Tomás, cada vez más cerca de la puerta murmuraba como si alguien pudiera escucharnos que tenía familia, mujer, hijos y que los vecinos y que su yegua...
Lo miré con mi expresión más triste y le dije decepcionada que lo entendía, que no se preocupara por mí, que haríamos de cuenta que nunca nos vimos.
El viejo Tomás estaba a punto de salir corriendo, pero lo sujeté tratando de abrazarlo. Se libró de mí con fuerza, y mientras huía, balbuceaba que era mejor hacer de cuenta que no nos conocíamos. Antes de desaparecer de mi vista, se volvió suplicándome que no lo buscara nunca más. Traté de decirle que nunca lo había hecho, pero ya estaba lejos. Tonto lo siguió ladrándole enojado, como haciendo parte del teatro.
Me puse de pié aplaudiendo a María y gritándole bravo; ella reverenció y me arrojó besos con las dos manos. Después de reírnos un rato, le pedí la historia desde el principio y con lujo de detalles.
- No lo puedo creer Caty. ( Me dijo poniendo cara de enojada) - ¿Vas a escribir otro Guión?
- ¡El último. Te lo juro!
- Juralo.
- Lo juro por David. (María me pellizcó y continuó con su historia y mi guión)
- Cuando lo vi plantado en la puerta con sombrero en mano, lo hice entrar y fui a buscar el Fritolim. Él me preguntó si había mosquitos, le dije que no era repelente, que era “rocío vegetal oleoso en aerosol". Como él no entendía nada, yo agarré una olla y le dije: Tocá aquí adentro. ¿Ves, está áspero? Ahora echale un poco de esto. Acompañando su mano le hice acariciar el fondo de la olla, entonces le susurre bien próxima - ¿Viste que suave? Así no se lastima ni la olla, ni la comida, y podemos disfrutarla con mucho mas placer. Enseguida vas a comprobar como fun­ciona en la práctica.
Fui hasta el mostrador del bar y le ofrecí un trago, él me abrazó por detrás sujetándome los tetas. Yo usaba apenas la camisa de Ernesto, como siempre de mañana. Sin soltar mis pechos deslizó la otra mano hasta los muslos, levantó mi camisa acariciándome la cola. Dijo que nunca había visto una colita tan linda, que se la debía. Se arrodilló y comenzó a mordisquearla. Hubiese preferido que fuera más delicado, pero el tipo es bruto por naturaleza; me adapté rápidamente a la idea.
Se desabrochó y bajó los pantalones a toda velocidad.
- Ahora entra el Fritolim, le dije entregándoselo. Abrí las piernas y me incliné nuevamente sobre el mostrador, le señalé con el dedo donde debía rociar; sentí el aceite entrando. - Ya está bien, le dije. Tomé su pene y lo deslicé por mi cola.
Me rogó que lo dejara metérmela en ese instante, que iba a explotar. Le pedí que lo hiciera con cuidado. Ya te conté el otro día que la tenía muy grande. Me obedeció y pude relajarme.
Nos empezamos a mover cada vez más, hasta que caímos al piso. Me puse de cuatro, estaba frenético; se me quedó prendido como perro en celo.
Acabó dos veces y no largaba, a mí me costaba acabar y empecé a tocarme el clítoris; él se dio cuenta y me remplazó.
¡Que manos que tenía el viejo! Metió un dedo en mi vagina y con el resto manipulaba los labios y el clítoris. Todo, hasta que acabé y él tambien.
Le serví un vaso de vino, no fuera cosa que se me muriera; se lo mandó de un trago. Fui al baño a lavarme y cuando volví lo encontré roncando desnudo en el piso. Lo observé; la luz que entraba por la ventana era fantástica, le puse el sombrero sobre el rostro, un vaso de vino lleno al costado y la botella también, le saqué una foto por las dudas se despertara antes de que pudiera hacer el esbozo en la tela. Trasladé el caballete junto a él, y manos a la obra. Durmió como dos horas, y apenas se movió, rajé con el caballete y escondí el cuadro.
Para disimular entré a ducharme, él apareció en la puerta del baño, me preguntó medio desconfiado que había hecho en cuanto él dormía, le respondí que había terminado un cuadro que tenía pendiente.
- ¡Vení vamos a bañarnos! ¿O no te gusta el agua? Me apresuré para distraerlo del tema.
Lo enjaboné, y él a mí. No me gustó verle el pene laxo, y empecé a chupárselo; no tardó en crecer. Él se movía y yo me atragantaba, le sugerí entonces que hiciera lo mismo conmigo. Se sentó en el piso y encajó mi vagina sobre su boca, me introdujo la lengua entera, me mordía, me comía... me agarré del barrote porta toalla, y quedé con las piernas en el aire, mi eje era su boca en mi sexo. Sentí mis convulsiones de orgasmo múltiple y con las rodillas me aferré a su cabeza apretujándola.
Cuando concluí con mi volcán, quiso que se la chupara nuevamente. Me senté frente a él obediente, después me acosté, y él se puso de rodillas frente a mí, tomó su pene con ambas manos y me lo introdujo con fuerza. El agua caía sobre nosotros y su cuerpo contra el mío hacía efecto sopapa.
Cuando acabó se molestó porque no dejé que me bese. Ya sabés que las despedidas definitivas para mí son sin besos.
- ¿Por qué estás tan segura que es definitiva?
- Porque es lo que quiero. El viejo descargó leche como para el resto de su vida, y con mi argumento final, el que te conté antes, ¿pensás que se me va a acercar?.
- No. ¿Y la pintura? ¿No se te ocurrirá exhibirla en la feria de los Domingos?
- No sé, lo voy a pensar, aunque no hay problema. -¿No te acordás que le tapé la cara con el sombrero?. Podrían reconocerlo por el sombrero... Ese riesgo lo corro.

Esa noche estaba desvelada. Mientras me balanceaba en la hamaca paraguaya de la galería, los pinos me danza­ban una Isadora Duncan. Tonto estaba a mi lado, María dormía con un cansancio de siglos.
Imágenes que no deseaba ver, se habían instalado en el centro de mis ojos. Mis órganos me pedían que las callara, mis nervios me rogaban, algo dentro de mí imploraba, por lo que no tuvo vergüenza y jamás la tendrá.
David volvía, no exactamente él, volvía lo que más odiaba de él en mí misma.
Desde el primer día, cuando sentí su olor, presentí que él sería el peor de mis fracasos, lo peor que podría hacerme a mí misma.
Los hombres que habían estado junto a mí, me querían demasiado bien para mi estado de castigo en la época. Cuando doblé la esquina en torno de la vida de David, estaba retando a muerte mi instinto de sobrevivencia.
Después de las dos semanas de ternura, mientras mi brazo se curaba, conocí a su padre y también a su tío, que no era lo mismo pero daba igual.
Precisaba creer todo lo que David me contaba. En aquel momento era sobre su tío, que volvía de la pérdida de una fábrica de lencería a reiniciarse en el ramo.
Me pidió que me probase las nuevas creaciones. Su padre y él pretendían alentarlo. David estaba seguro que cuando su tío viese sus creaciones en mis formas perfectas, recobraría la autoconfianza.
No vacilé, estaba encantada de poder complacer a David. Me probé la primera tanda de ropa íntima. El tío me sacaba fotos y el padre filmaba. David me contemplaba sonriéndome con dulzura y orgulloso.
Pasé dos horas probándome esa ropa, pasé a no creer en lo que estaba haciendo, pero igual seguí. La mirada de David me acorra­laba. Yo hubiese hecho lo que fuera para tenerlo a mi lado.
María con su tenaz instinto de mujer me lo había advertido, aún sin conocerlo sabía que David era de los que lastimaba y dejaban cicatrices. Sospechaba que ella tenía razón; pese a todo no la escuché.
En el delirio de las copas de champaña que no dejaban permanecer vacías, me cambiaba corpiños, ligas, medias y bombachas... A pesar de estar casi ebria, aún tenía conciencia de que estaba ocurriendo algo ajeno a mi.
Me vi en una gran cama siendo aplaudida por los dos viejos, vi los ojos de David orgullosos y quise que continuase mirándome de ese modo. Caí en la cama muerta de risa. Su tío derramó champagne sobre mi cuerpo, su padre lo bebía, yo reía de mi propia vergüenza.
No recuerdo el momento preciso en que uno de los viejos me estaba cojiendo, apenas recuerdo que el otro lo apuraba por las dudas se le bajase. Tampoco sé cuánto tiempo los dos viejos tardaron en acabar. Mi cuerpo estaba allí, y yo fuera de él, dirigiéndolo como la Madame del burdel a la novata. Odiándome y creyendo que amaba a David, traté de darles el máximo placer.
Cuando estuvieron saciados, desparramados como dos bultos, junté mi ropa y me largué corriendo en dirección al cuarto de David. En el baño vomité mi propio asco sin derramar una lágrima.
En la mañana David me despertó con café y facturas. Apenas lo vi tuve mi primer crisis de llanto. Él permaneció todo el día a mi lado, mimándome, haciéndome creer que nada había pasado y, aunque hubiese pasado, nada había cambiado entre nosotros, al contrario, " ahora él me amaba más ".
Hicimos el amor durante horas y David me hacía sentir una diosa de la lujuria. Plácidamente chupaba mi clítoris, entonces yo sentía que la muerte era un sentimiento de celos por mí placer.
Lo hicimos en la pieza, en el baño, en la cocina, y cuando su miembro agotado ya no le pudo responder, buscó una zanahoria, la lamió soltándole su aliento para entibiecerla y me la introdujo. Fue mi primer orgasmo vegetariano.
Al otro día nos amamos en la inmensa sala, me sentí acorralada en el piano, me penetró por la cola; levantando mis piernas cabalgó sobre mí. Rompimos tres cuerdas, gocé desvariada, no medí mis gritos...
Desperté de mis convulsiones de orgasmo con público expectante de como cinco machos. Quise morirme pero no tuve suerte.
A David se le había borrado del rostro la sonrisa pulcra de "gracias amor" quizás esa expresión diabólica fuese la de siempre; yo la estaba viendo por primera vez.
Mi mirada de odio hizo con que todos, menos dos de sus amigos, se escaparan.
Ellos me llevaron hasta la piscina. En el agua, iba metabolizando mi sentimiento de pasión y de odio por David en energía pura. Mientras chupaba a uno, le entregaba mi trasero al otro.
Con el pretexto de buscar champaña salí de la piscina y corrí en busca del teléfono para llamar a María, fueron pocas palabras; ella entendió todo y me ordenó que me fuera de inmediato.
Lloré sin parar durante dos semanas. Mi respuesta a los llamados de David, eran silencios colmados de fantasías con diferen­tes formas de abrazarlo y asesinarlo.
El día que desperté sin lágrimas, me miré al espejo y a pesar de tener el rostro hinchado, espantoso, me acaricié. Estaba haciendo las paces conmigo. Juré entonces tomar distancia de todos los David de este mundo.
Hace ocho meses, desde esa época, no volví a tener relaciones con nadie.

IV


Raúl y Julia, los artesanos, nos visitaron una tarde y tomamos mate en la galería. Entre María y Julia la sintonía fue casi mágica. Yo me sentí distante de todos.
Al anochecer encendieron un porro. Mi amiga que hacía tiempo que no fumaba tuvo un ataque de risa, la pareja se contagió y yo, que ni fumaba ni tenía ganas de reír los saludé y me fui a la cama.
Al día siguiente María estaba furiosa conmigo, me dijo que había sido desagradable con las visitas, que parecía una vieja amargada. Le contesté que no me molestaban las visitas, que en este momento lo que más me preocupaba era mi trabajo y prefería estar sola para pensar.
Los dos últimos guiones los había plagiado de ella; mi inspiración en el tema estaba agotada.
María no estaba receptiva, no me escuchaba y acabó encerrándose en su abierto atelier. Aunque al mediodía le cambió el humor, entonces me contó que Raúl y Julia vivían juntos hacía tiempo, pero que ya no se deseaban más físicamente. Nunca había existido pasión entre ellos, lo que había en realidad era cariño y compañerismo. Como la convivencia era agradable, decidieron seguir compartiendo la casa, del mismo modo en que lo hacíamos nosotras.
De tarde vino Ernesto, la pareja de María. Siguiendo nuestros códigos tácitos de convivencia, agarré mi cuaderno y me instalé en el jardín. De noche me recosté en la hamaca paraguaya, el tema de mi trabajo no me salía de la cabeza, acabé tomándome dos whiskys y me dormí.
El llanto de María me despertó. Sentí la caricia de Ernesto en mi cabeza y lo vi marcharse.
Mi amiga me contó que habían estado muy bien hasta que Ernesto le reveló que había pensado en la posibilidad de vivir juntos, que se había cansado de juegos...
Hasta ahora entre ellos había existido un pacto de discreción, y María no sabe por qué sintió el súbito deseo de contarle su aventura con el viejo Tomás. Ernesto dio una piña de furia contra la pared, casi se rompe la mano. Le dijo que se iba, y para siempre.
- No me mires así, dijo María, puedo acostarme con todo el planeta, pero es a él a quien quiero.
Durante algunos días las dos nos sumergimos en el trabajo y el silencio.
Un viernes cuando regresaba de la ciudad, subí muy angustiada por el sendero de Mauá hasta la casa. Le había entregado a Pérez mi último y esforzado guión. Mi amigo Javier, ex pareja de Pérez, me consiguió ese trabajo. Ambos sabíamos que era temporario, yo precisaba de dinero, me sobraría tiempo para escribir nove­las o teatro.
El tiempo ya no me sobraba, lo perdía con los guiones que al principio escribía en poquísimo tiempo.
Raúl y Julia estaban en casa. Apenas llegué fui clara y creo que mi expresión también lo era. Les pedí que me disculparan, que precisaba estar sola.
Julia se levantó de un salto y se fue diciendo que a ella le pasaba lo mismo. María la siguió.
Raúl me dijo que no me preocupase por él, que el silencio no le molestaba, que hiciera de cuenta que era un árbol.
Pasamos la noche en la galería, cada uno sentado en su reposera. Amanecimos despiertos, compartiendo un silencio desbordado de voces íntimas. Cuando el sol acarició el árbol más cercano, Raúl se levantó, me dio un beso y se fue.
No sabía el motivo pero me sentía leve y fuerte, como si hubiese deshollinado mi alma. Al rato llegó María. No podía creer que no hubiese pasado nada entre nosotros, le respondí que pasó algo, pero en una dimensión que yo no sabía explicar.
Mi amiga me contó que Julia aprovechó mi desahogo para darse cuenta que también precisaba desahogarse. Tras llorar un buen rato, le confesó que su vida sin pasiones y sin sexo la estaba agobiando.
Pese a no haber dormido me sentía bien, y María cambió de humor cuando le conté que había llamado Ernesto.
Preparamos un almuerzo especial, brindamos por ningún motivo con vino tinto, y volvimos a reír como siempre.
Esa noche soñé con gente que se moría de hambre y mujeres anoréxicas. Al despertar escribí el sueño; no supe interpretarlo, pero me puse a inventar marcas de pantalones número 44, 46, etc., para mujeres rellenas y fábricas que no apuestan en colas pequeñas. Hice comparaciones entre la Maja de Goya y una Maja raquíti­ca. Jugué con los prejuicios del cuerpo, y escribí el testamento de una joven: había dejado de comer hacía un año para poder vestir la marca de moda y, pese a estar piel y hueso, su esqueleto era grande y no entraba en ninguna.
Registré una de las marcas que inventé. María me hizo el dibujo que precisaba para presentar mi idea: " Olivia y Jessica de Roger Rabit, mostrando sus colas dentro de vaqueros con mi marca.
Mandé correspondencias con la idea a casi todas las fábricas del género que encontré en la guía.
A la semana me llamaron de Pondy, compraron mi marca y mi idea. Me contrataron para hacer toda la campaña de marketing.
El contrato era por seis meses y podía trabajar en casa. En dinero superaba lo que podía imaginar. Precisaba de una computadora con Internet y Fax. Si prescindieran de mí, pasado el tiempo de contrato, podría vivir durante un año sin preocuparme, dedicándome apenas a escribir lo que me gustaba.
El día que me contrataron, tío Al volvía de Europa y nos vino a visitar. Las dos estábamos eufóricas y felices. Él creyendo que estábamos así porque había vuelto. Aprovechando su alegría le pedimos el dinero prestado para comprarme las máquinas. En un mes se lo devolvería.

V

Encontré a Raúl una tarde mientras corría por el campo, le conté sobre mi trabajo, también le dije, aunque se me notaba, que había engordado, que no volvería a encoger, y que así me sentía bien.
Él respondió que le parecía bárbaro, aunque no entendía por qué se lo decía. Yo tampoco lo entendía, creo que estaba enmascarando la emoción de verlo.
Se acercó y me besó en los labios, yo me acerqué y lo besé también. Sin apartar sus ojos de los míos, desabotonó mi blusa, luego el cierre de mi pantalón... nuestra ropa fue cayendo sin prisa, como hojas muertas. Nos abrazamos desnudos y temblamos arrítmicos hasta convertir nuestros latidos en una percusión mágica. Bailamos besos por nuestros cuerpos, al oriente y al occidente. Las caricias nos surgían como si conociésemos nuestras libidos, de esta vida y las anteriores.
Cuando entró dentro de mí, grité mi amor y mi rabia de siglos, me sentía clara al punto de reconocerme también oscura. Cabalgué sobre él con mi vagina expuesta a la vida. Nuestros gritos sacudieron la serenidad del bosque, pero en ese bosque estábamos apenas él y yo. Terminamos en un abrazo de cuerpo y alma y hasta hoy no pudimos separarnos.

VI


María sigue luchando para no entregarse demasiado a Ernesto. Entre idas y vueltas, algún día se encontraran, en la ida o en la vuelta.
Julia es amante del viejo Tomás. Después que María le contó su aventura, ella buscó un camino rápido para encontrar la pasión, o el sexo.
Tío Al nos visita frecuentemente, acompañado por Pérez...
David se convirtió en Pastor de la Iglesia Universal. Su padre y su tío trabajan para él en la Vía Dolorosa, alquilando piedras y cruces a los fieles.
Sexo es sexo, somos todos capaces de realizar algún día nuestras fantasías, al final dicen que el clítoris fue descubierto recién en el año 1500...
Las historias nunca son redondas, no sé lo que vendrá después.

Isabel Estercita Lew (São Paulo/ Buenos Aires 1998)

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