martes, 20 de enero de 2009

La Muda


La muda baja sobre un rayo que se parte en el centro de Buenos Aires

Es la propia soledad lo que le ha quedado

de un presente que no conoce

de un pasado que le han robado.

Va buscando triste su sonrisa

va buscando sus manos en las manos

va arrastrándose entre paredes y vitrinas

como temiéndole a su sombra.

Corre hasta alcanzar el 24

siente que en su cuerpo se secan escamas

como un pez fuera del agua

salta a sobrevivir en su parque Lessama

y se pierde en una vorágine de soledades.

No oyen su voz ni tan solo los árboles

y aunque se muere de ganas el grito no le sale.


De pronto del cielo cae la magia Barba y cabello largo

como su esperanza,

grandes los ojos, verde la mirada.


Junto al mirador la toma en sus brazos

y la arroja con calma barranca abajo

él cae con ella en un dulce abrazo

le mata la muerte hasta la vida.

Rodando por el pasto húmedo,

congela su sangre en el tiempo del dolor

él la estrangula de ternura le calienta el alma,

la nace de nuevo.

Con el propio cielo le cubre la garganta

y le dibuja una luna llena en el corazón.

La muda naufraga bajo sus axilas

fragancias de vida le emergen hasta sonreír

la piel se le abre como pergamino que puede leer.

Entonces interna la cabeza en la selva de su pecho

hasta dormirse en paz.


Sensual como el amante la noche se desviste hasta amanecer.

Entonces él se saca la mano, se la entrega y le dice adiós.

Se aleja y se queda, se aleja y nunca más se va.

Ella abre la boca en dirección a la vida

abre la boca hasta gritar.


Isabel Estercita Lew

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