martes, 6 de enero de 2009

En San Telmo





En San Telmo hoy estaba todo mucho más anormal había un poco menos de gente pero la misma buena anarquía. Estaba el viejito dueño del perro lisiado que esta vez no mordía tobillos pero posaba para las fotos con su patita falladita. En un balcón había un señor verde con un loro marfil, y saludaban a toda la gente que los miraba. Me olvidaba el perro muerde tobillos se llama Moro, lo escuché al dueño llamarlo para que le saquen una foto.
Creo que hoy voy a una clase de tango con él en almagro.


…Cuenta, por ejemplo, que cuando el hombre de campo, que usaba botas de potro, más bien abiertas, llegó a la zona orillera de la ciudad, cambió el vestuario. Entonces se puso traje y zapatos más ajustados. Con estos cambios el gaucho comenzó a caminar de lado y lento, tipo compadrito, pero no era de guapo, no. Era, según revela El Indio, para disimular el tremendo dolor que sentía metido adentro de esos zapatos estrechos. También recuerda que en el puerto, los compadres, que no laburaban, se quedaban en las esquinas a mirar. Y de ahí tomaban para el tango hasta la forma de caminar que tenían los estibadores, al cargar las bolsas pesadas en los hombros…

La clase de tango fue muy hermosa, al principio yo estaba dura como una piedra y me quería ir al carajo, la cuestión es que la clase no era ninguna boludez, el chabón es super profesional, había algunos tipos de gente que ya por sí mismos son una performance, ya los había visto el domingo en la plaza. El local, que se llama: La Catedral de Almagro, es un galpón enorme con restos de muebles viejos, cuadros antiguos, otros sicodélicos, un escenario a dos metros de altura con todos los instrumentos que se te antojen, toda la locura de los locos por el tango en un solo lugar.
Bailar tango es mucho más difícil de lo que pensaba, el verdadero tango pocos lo saben bailar, pero luego de pelearme conmigo misma entre quedarme o rajarme concluí que era un buen desafío para hacer algo que después de casi medio siglo de vida le empiezo a dar valor.
Después de dos horas conseguí mis primeros pasos, supongo que voy a seguir intentándolo, merece la pena y el sudor, solo estando ahí uno se da cuenta.
Entre el grupito de los principiantes en el que me encontraba había algunos brasileros, nos reímos muchos bailando, puesto que movíamos las caderas tipo samba, pero todos queríamos aprender un poquito… un poquito de tango sin perder la ternura jamás.

Isabel Estercita Lew

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lindo viaje, me dan ganas de conocer tu tierra para ver esa locura que describes
Sergio

Anónimo dijo...

Eres atrevida y muy buena escritora.
No estoy acostubrada a esto de los blogs, pero me ha gustado el tuyo, bellos diseños.
Sofía Paez