sábado, 22 de noviembre de 2008

La terraza bien dotada


De vez en vez me siento a mirar el cielo en la bien dotada de estrellas terraza de mi casa. Me llevo una rica caipirinha, cuando encuentro el limón verdadero, algunos puchos, y me quedo entregada sin más a la belleza del cielo.
Muchas cosas han pasado por mi terraza, amores, charlas entre amigas, fiestas varias, la muerte del cielo cuando Guillermo… pero ahora no quiero hablar de eso, quiero hablar de lo que me viene pasando hace mucho tiempo, no siempre, pero me suele suceder que cuando miro un rato fijamente la luna, se le empiezan a descolgar gentes, gentes diferentes y se sientan junto a mí y conversamos en varios idiomas que desconozco, pero que en ese momento puedo hablar y entender, son gentes o seres de otros mundos que aparentemente estaban en sus terrazas, o como se llamen, mirando lo mismo que yo y que de repente se aparecen en mi terraza como si nada.
No sé por qué nunca me asusto, me encanta intercambiar ideas con ellos, no me preguntan quien soy, ni de donde vengo y para donde voy. Eso es perfecto, pues no sabría lo que responderles. Tienen una fisionomía distinta a la que estamos acostumbrados, pero así son, diferentes.
Me contaron que a ellos les había pasado algo parecido a lo que nos viene pasando en nuestro planeta.
Se les estaba pudriendo todo, se les acababa el agua, la comida, se les jodía todo, tenían como nosotros gentes dueños y decidores de todo, y que cuando los dueños y decidores de todo habían acabado con más del noventa por ciento de las gentes y de los recursos de su planeta, y por tanto les quedaba poca gente que trabajara para ellos, y que cuando ya no había más planta que creciera por si misma, y que además de cucarachas o similares no había más bicho vivo, fue entonces que decidieron que lo de ellos no daba para más.
Ya era tarde, más tarde que nunca. Las gentes mágicas de esas tierras habían partido con naves imaginarias, que era lo más concreto que tenían, lo único que pudo sobrevivir, así estaban viviendo ellos. Tenían todo el cielo para sí, sin embargo extrañaban el verdor, la tierra firme, las cosas tontas, los cotidianos, las charlas simples, las risas.
Me recomendaron que embalara en breve, cuando yo también hiciera ese viaje, todo el verdor que pudiera, bastante poesía y música, a los amigos, todos. Sí, hicieron hincapié en la música, en la poesía, en la risa, en los amigos y otras muchas otras cositas, porque ninguno de ellos había pensado en eso y se quedaron sin nada. Por suerte de vez en vez podían aterrizar en una terraza bien dotada como la de mi casa, por suerte de vez en vez podían encontrar poesía música y otras cosas que interesan.

Isabel Estercita Lew

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