miércoles, 5 de marzo de 2008

Para el Santo Padre que vive en Roma y sus súbditos...

Súbditos, vasallos del aborto es un crimen, en lo que a mí respecta me salvó la vida.

En los años 70 entre mis amigos y compañeros el aborto no se discutía, teníamos un fondo común para ello.

En septiembre del 76, cuando la milicada allanó y afanó mi casa, justamente en ese preciso momento, a mí me estaban sacando la resaca de un aborto por succión mal succionado.
Yo estaba embarazada de Juan y de Pablo, éramos tres buenos amantes y compañeros, compartíamos la militancia, la buena música, el vino moscato y la cama. Los milicos vinieron a chuparme, o a succionarme. Los milicos querían a la Rusa, esto lo supe hace pocos años, cuando me encontré con Juan y pudimos hablar sobre lo ocurrido.
Ahora pienso que estaría bueno no tardar mucho tiempo más en reconstruir nuestra historia, que ya sea por la necesidad de olvidar tanto dolor, que ya sea por el exceso de vino, que ya sea por el exceso de años, cada vez nos resulta más difícil acertarle al recuerdo. Claro, no va a ser preciso, no va a ser exacto, pero entre mi memoria y la tuya podemos reconstruir la historia que nos afanaron.
Yo me exilé en Brasil, Juan en Córdoba, Pablo en su ropero. Juan me contó, que su tío milico lo fue a buscar a Córdoba, que quería saber donde estaba la Rusa, yo... que si cantaba a él no lo iban a joder... Juan no cantó y además le había perdido el rastro a mi música, pues tuve que camuflarme y para eso aprendí a sambear y me disfracé de colombina hasta el fin de aquel carnaval.

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