El olor del perfume de ahuyentar mosquitos me sabe a casa de campo, a vacaciones-niñez, a algo sencillo y perfecto, como los viejos recuerdos que ya filtrados de males vienen a la memoria.
El olor a bebé me sabe a hijos tempranos, a canción de cuna, a estos dos correteando por brasileros patios.
El aroma de suéteres de lana en invierno y de algodón en verano mezclados con champús, mates y facturas me saben a encuentros de amigas, a sábados de tarde, a lágrimas de abandono, a estoy insegura, a me tengo que hacer un aborto, a no sé de quien es, a el flaco que conocí en La Paz, a me tengo que rajar, a estamos con vos.
De vez en cuando el aroma a río me recuerda Concordia, a me mato, Salto-Uruguay, a exilio, a mis amigas lejos, a me robaron la vida, a chicas se jugaron por mí.
El olor de esta ropa interior me sabe a aquellos encuentros donde todo era posible cuando mi sexo en tu boca, o a cuando entrabas en mí y creíamos en orgasmos eternos.
El aroma del olor de la madera fina me sabe a guitarra, a ronda de amigos, a elegía, a Serrat, a que la tortilla se vuelva.
El olor de esta multitud me trae la energía de la lucha que en este momento es única, sí, como si el sobaco latinoamericano encerrase una consigna plena e invencible, una marcha que no parará hasta que todos los oídos escuchen por un solo momento la misma canción. Es el olor del aroma único, por un instante latinoamericano eterno, donde las banderas flameantes se besen y nunca más sientan vergüenza de sus raíces, y que nunca más le teman a la única lucha que vale la pena, la vida.
Las corporaciones que dirigen el mundo huelen a espanto sin retorno y a muerte, también a perfumes sin piel. Sin embargo el sobaco latinoamericano tiene piel y es entraña, es vida, y aunque te rías amiga, este sobaco unido jamás será vencido.
El olor a bebé me sabe a hijos tempranos, a canción de cuna, a estos dos correteando por brasileros patios.
El aroma de suéteres de lana en invierno y de algodón en verano mezclados con champús, mates y facturas me saben a encuentros de amigas, a sábados de tarde, a lágrimas de abandono, a estoy insegura, a me tengo que hacer un aborto, a no sé de quien es, a el flaco que conocí en La Paz, a me tengo que rajar, a estamos con vos.
De vez en cuando el aroma a río me recuerda Concordia, a me mato, Salto-Uruguay, a exilio, a mis amigas lejos, a me robaron la vida, a chicas se jugaron por mí.
El olor de esta ropa interior me sabe a aquellos encuentros donde todo era posible cuando mi sexo en tu boca, o a cuando entrabas en mí y creíamos en orgasmos eternos.
El aroma del olor de la madera fina me sabe a guitarra, a ronda de amigos, a elegía, a Serrat, a que la tortilla se vuelva.
El olor de esta multitud me trae la energía de la lucha que en este momento es única, sí, como si el sobaco latinoamericano encerrase una consigna plena e invencible, una marcha que no parará hasta que todos los oídos escuchen por un solo momento la misma canción. Es el olor del aroma único, por un instante latinoamericano eterno, donde las banderas flameantes se besen y nunca más sientan vergüenza de sus raíces, y que nunca más le teman a la única lucha que vale la pena, la vida.
Las corporaciones que dirigen el mundo huelen a espanto sin retorno y a muerte, también a perfumes sin piel. Sin embargo el sobaco latinoamericano tiene piel y es entraña, es vida, y aunque te rías amiga, este sobaco unido jamás será vencido.
Isabel Estercita Lew
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